Reconocimiento visual del yo

Hasta hace muy poco, los estudios sobre la autopercepción de los bebés se han centrado exclusivamente en su reconocimiento de sí mismos. La medida más común de este comportamiento es el reconocimiento de sí mismo en el espejo, que tiene una larga y venerable historia en la literatura del desarrollo. Darwin (1877) informó de que su hijo de 9 meses era capaz de reconocer su propia imagen reflejada en un espejo. Otros biógrafos de bebés ofrecieron informes anecdóticos sobre el autorreconocimiento en el espejo durante el segundo año de vida. Estos informes eran provocativos, pero las pruebas eran algo subjetivas y no podían eliminar interpretaciones alternativas, como el condicionamiento del niño a producir una vocalización específica frente al espejo. No fue hasta el desarrollo de la técnica del rouge (Amsterdam, 1972; Gallup, 1970) que se dispuso de un método objetivo para estudiar el autorreconocimiento en el espejo. Esta técnica consiste en colocar subrepticiamente un poco de colorete en la cara del niño, y luego observar su respuesta a la «mancha» que aparece en la cara. La mayoría de los estudios (por ejemplo, Bertenthal & Fischer, 1978; Lewis & Brooks-Gunn, 1979) informan de que los niños empiezan a detectar el colorete entre los 15 y los 21 meses de edad. También es relevante que las comparaciones entre especies revelen que sólo los chimpancés y los orangutanes se reconocen en los espejos cuando se les somete a una prueba análoga a la tarea del colorete. Los monos, por ejemplo, no detectan el «rouge» en sus rostros incluso después de 2.400 horas de experiencia con los espejos (Gallup, 1977).

En general, los investigadores están de acuerdo en que detectar el rouge en la cara requiere alguna representación de la apariencia del rostro (Butterworth, 1992; Harter, 1983). Presumiblemente, el colorete se percibe como una discrepancia que lleva al niño a intentar tocarlo o quitarlo utilizando el espejo para guiar los movimientos de su mano. La conclusión de que esta tarea requiere una representación parece razonable y directa, pero las hipótesis sobre cómo se desarrolla esta representación son todavía algo especulativas. Por ejemplo, Bertenthal y Fischer (1978) sugirieron hace más de 15 años que la representación del yo emerge gradualmente en una secuencia de desarrollo de etapas teóricamente relacionadas, pero las pruebas se limitaban esencialmente a un análisis lógico de las tareas. Una hipótesis algo más precisa fue sugerida por Gibson (1993), quien especuló que la representación emerge de la detección de contingencias visuales-propioceptivas. En otras palabras, los bebés perciben que sus acciones están relacionadas contingentemente con la imagen cambiante en el espejo y reconocen gradualmente la autosimilitud entre las partes del cuerpo y la imagen reflejada. Por extrapolación, los bebés acabarán reconociendo que la imagen reflejada de su cara coincide con su aspecto.

En general, esta hipótesis parece bastante razonable, pero no deja de ser un tanto desconcertante por qué la representación no se registra hasta los 18 meses de edad. Pruebas recientes de la literatura sobre el desarrollo sugieren que otros objetos y sus propiedades se representan a los 4 o 5 meses de edad (Baillargeon, 1993; Spelke, 1994). Una de las razones de este enigma es que los datos actuales no descartan interpretaciones alternativas para las respuestas de criterio en el reconocimiento de espejos. En la tarea del colorete, por ejemplo, la conducta criterio para concluir la representación es cuando los bebés tocan la marca roja en la cara. Sin embargo, es concebible que esta tarea se refiera a mucho más que a una simple representación de la cara. Por ejemplo, intentar tocar o quitar el colorete puede reflejar un nivel de autoconciencia o preocupación por la apariencia física que no estaba presente anteriormente. Esta conjetura es ciertamente coherente con los informes de otros teóricos (Kagan, 1984; Mahler, Pine, & Bergman, 1975) según los cuales los bebés se vuelven mucho más conscientes de sus comportamientos durante el segundo año de vida. Si esta hipótesis es cierta, podría ser posible encontrar evidencia de representación a edades más tempranas que las reportadas en los estudios de reconocimiento de espejos. Curiosamente, Fadil, Moss y Bahrick (1993) han presentado recientemente algunas pruebas preliminares que concuerdan con esta especulación. Estos investigadores evaluaron a bebés de 5 y 8 meses de edad en cuanto a la preferencia visual de su propia cara frente a la de un compañero. Los resultados revelaron una preferencia por la cara desconocida a ambas edades, lo que sugiere cierta representación de la cara a los 5 meses de edad. Aunque se requiere una mayor confirmación de este hallazgo, parece estar mucho más en consonancia con otras pruebas más recientes del desarrollo sobre la representación.

En teoría, los estudios que investigan la detección de contingencias visuales propioceptivas podrían revelar pruebas adicionales para el reconocimiento del yo. Sin embargo, en la actualidad, las pruebas que apoyan esta interpretación son menos convincentes de lo que implican algunos comentaristas. El problema es que la detección de una contingencia entre la información visual y propioceptiva no requiere necesariamente una apreciación de la autosimilitud entre las acciones y la retroalimentación visual. Consideremos el paradigma iniciado por Papousek y Papousek (1974), y posteriormente perfeccionado por Bahrick y Watson (1985) para investigar esta cuestión. En este paradigma, se presenta a los bebés una imagen de vídeo contingente de su propia cara o piernas y una imagen no contingente de la cara o piernas de un compañero. Los bebés de cinco meses muestran una mirada preferente hacia la imagen no contingente, presumiblemente porque detectan la imagen contingente como ellos mismos y, por tanto, la imagen no contingente es menos familiar y, por lo tanto, más interesante. Aunque esta interpretación es plausible, sigue siendo algo especulativa porque los bebés podrían mostrar una preferencia similar por cualquier evento no contingente. La resolución de este impasse interpretativo requiere una prueba comparable con otros eventos, como un móvil activado contingente o no contingente, para determinar si los bebés mostrarían la misma preferencia cuando la no contingencia no implica la percepción de sí mismos. Hasta que no se resuelva esta cuestión, la edad a la que la detección de contingencias visuales-propioceptivas especifica por primera vez el yo seguirá siendo incierta.

Aunque algunas cuestiones relacionadas con la edad de inicio del autorreconocimiento siguen sin resolverse, es evidente que las medidas precedentes del autorreconocimiento requieren información explícita sobre el yo. Esta información está disponible en las conductas que se reflejan en el espejo o en el monitor de vídeo. Por supuesto, las conductas coordinadas realizadas frente al espejo también requieren información perceptiva sobre el yo, pero esta información no debe confundirse con la retroalimentación visual presentada por el espejo o el monitor de vídeo. Esta primera forma de información perceptiva es propia y es necesaria para el control de las acciones. Por el contrario, la información perceptiva, es decir, la imagen del espejo, que resulta de las acciones del bebé es procesada por el sistema de reconocimiento perceptivo. Por tanto, es la retroalimentación de los comportamientos coordinados espacialmente, como tocar o seguir la imagen del espejo, y no la información visual propioceptiva que controla la acción, la que contribuye al desarrollo de una representación del yo. En la siguiente sección, examinaremos con más detalle por qué la percepción propioceptiva del yo necesaria para controlar las acciones no contribuye directamente al desarrollo del reconocimiento del yo.

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