En los seres humanos, el intestino delgado mide unos 6 metros o 20 pies de largo y el intestino grueso unos 1,5 metros o 5 pies de largo. Stevens y Hume estudiaron y compararon en 1995 los tractos gastrointestinales del chimpancé, del orangután, del ser humano adulto y de un feto humano. Los intestinos de los chimpancés mostraban un apéndice más largo, un número mucho menor de asas en el intestino delgado y el intestino grueso tenía mayores haustraciones, en comparación con los humanos. Se cree que la reducción del intestino es una función de la dieta de mayor calidad y más fácil de digerir (es decir, menos fibrosa) de los humanos en comparación con otros simios, y que la tendencia evolutiva a la reducción del intestino comenzó cuando los primeros miembros del género Homo empezaron a incorporar una mayor cantidad de tejidos animales (grasa de la médula, materia cerebral y músculo) hace unos 2,5 millones de años. Dado que el tejido intestinal es metabólicamente caro, la reducción del intestino puede haber permitido a los primeros miembros de nuestro género dedicar una mayor energía metabólica al crecimiento y mantenimiento del cerebro, relajando así una restricción en el aumento evolutivo del tamaño del cerebro ( una idea conocida como la «hipótesis del tejido caro»: Aiello & Wheeler, 1995). También se ha sugerido que la cocción, que descompone la fibra de las plantas (celulosa y lignina) y el tejido conectivo de la carne (colágeno), permitió a los primeros humanos extraer más nutrientes de los alimentos con menos esfuerzo digestivo, contribuyendo así también a una reducción evolutiva (acortamiento) del tejido intestinal energéticamente caro.