La sexta estación del Vía Crucis
Una mujer de la multitud, movida por el amor, se acerca a Jesús para limpiarle la suciedad, el sudor y la sangre del rostro. Alguien se acerca para mostrar a Jesús un poco de bondad, y él le ofrece la huella de su rostro. Un acto de caridad hace posible una respuesta de amor y gratitud.
La huella del rostro de Jesús en la tela de la Verónica es ciertamente un milagro. El hecho es que cuando damos un paso adelante en la bondad y la compasión, los pequeños milagros ocurren todo el tiempo. Puede que nunca veamos que se produzca el milagro como en el caso de la Verónica, pero estamos llamados a tener fe en que Dios sigue actuando en la vida de los demás mucho después de que hayamos plantado las semillas de la caridad y el amor.
Pero debemos ser conscientes de las oportunidades que nos rodean para dar de nosotros mismos. Si la Verónica no hubiera sido consciente de la lucha de Jesús -o si estuviera cegada por el miedo a lo que podría ocurrirle si se adelantaba-, Jesús no se habría beneficiado de su generosidad, y su rostro no habría aparecido en su tela. Debemos interactuar con lo divino para que ocurra lo milagroso, y esa interacción no puede tener lugar si estamos distraídos por el mundo.
Oración
Señor Jesucristo,
a Verónica le diste una impresión de tu rostro
en agradecimiento a su bondad.
Ayúdame a ser consciente de las necesidades de los demás que me rodean.
Haz que tenga presente tu llamada diaria en mi vida,
para que responda siempre con amor y caridad.
Haz de mí un instrumento de tu consuelo.
AMEN.