Vengo de una familia en la que la comida es amor, y me he pasado décadas recompensando y reconfortando con sabrosos caprichos. Lo mejor que he hecho por mí misma es cuestionar esa voz en mi cabeza que me dice que me lo merezco porque he sido muy buena o porque mi día ha sido una pesadilla.
En lugar de ceder a esas tentaciones, intento redirigir mi enfoque: estoy muy orgullosa de lo que he conseguido, y no estoy dispuesta a desbaratar ese progreso. Esto no quiere decir que nunca me dé un capricho. (¡No hay nada bueno en aislarse por completo!) Simplemente he hecho un verdadero esfuerzo por invertir en mí misma sopesando la gratificación a corto plazo con la felicidad a largo plazo.