II. DIVISIONES

Las divisiones del dogma siguen las líneas de las divisiones de la fe. Los dogmas pueden ser (1) generales o especiales; (2) materiales o formales; (3) puros o mixtos; (4) simbólicos o no simbólicos; (5) y pueden diferir según sus diversos grados de necesidad.-(I) Los dogmas generales son una parte de la revelación destinada a la humanidad y transmitida desde los Apóstoles; mientras que los dogmas especiales son las verdades reveladas en revelaciones privadas. Los dogmas especiales, por lo tanto, no son, estrictamente hablando, dogmas en absoluto; no son verdades reveladas transmitidas desde los Apóstoles; ni son definidos o propuestos por la Iglesia para la aceptación de los fieles en general.-(2) Los dogmas se llaman materiales (o divinos, o dogmas en sí mismos, in se) cuando se hace abstracción de su definición por la Iglesia, cuando se consideran sólo como revelados; y se llaman formales (o católicos, o «en relación con nosotros», quoad nos) cuando se consideran tanto como revelados como definidos. Además, es evidente que los dogmas materiales no son dogmas en el sentido estricto del término.-(3) Los dogmas puros son aquellos que sólo pueden ser conocidos por la revelación, como la Trinidad (q.v.), la Encarnación (q.v.), etc.Mientras que los dogmas mixtos son verdades que pueden conocerse por revelación o por razonamiento filosófico, como la existencia y los atributos de Dios

Ambas clases son dogmas en sentido estricto, cuando se consideran como revelados y definidos.-(4) Los dogmas contenidos en los símbolos o credos de la Iglesia se llaman simbólicos; los restantes son no simbólicos. De ahí que todos los artículos del Credo de los Apóstoles sean dogmas; pero no todos los dogmas se llaman técnicamente artículos de fe, aunque a veces se habla de un dogma ordinario como artículo de fe.-(5) Finalmente, hay dogmas cuya creencia es absolutamente necesaria como medio de salvación, mientras que la fe en otros sólo es necesaria por precepto divino; y algunos dogmas deben ser explícitamente conocidos y creídos, mientras que con respecto a otros es suficiente la creencia implícita.

III. CARÁCTER OBJETIVO DE LA VERDAD DOGMÁTICA; CREENCIA INTELECTUAL EN EL DOGMA

Como un dogma es una verdad revelada, el carácter intelectual y la realidad objetiva del dogma dependen del carácter intelectual y de la verdad objetiva de la revelación divina. Aplicaremos aquí al dogma las conclusiones desarrolladas más extensamente bajo el título de Revelación (q.v.). Los dogmas, considerados simplemente como verdades reveladas por Dios, ¿son verdades objetivas reales dirigidas a la mente humana? ¿Estamos obligados a creerlas con la mente? ¿Debemos admitir la distinción entre dogmas fundamentales y no fundamentales?

(1) Los racionalistas niegan la existencia de la revelación sobrenatural divina y, por consiguiente, de los dogmas religiosos. Una cierta escuela de místicos ha enseñado que lo que Cristo inauguró en el mundo fue «una nueva vida». La teoría «modernista», debido a su reciente condena, requiere un tratamiento más completo. Entre los modernistas hay diferentes matices de opinión. Algunos de ellos no niegan, aparentemente, todo valor intelectual al dogma (cf. Le Roy, «Dogme et Critique»). El dogma, como la revelación, dicen, se expresa en términos de acción. Así, cuando se dice que el Hijo de Dios «bajó del cielo», según todos los teólogos no bajó, como descienden los cuerpos o como se concibe que los ángeles pasen de un lugar a otro, sino que la unión hipostática se describe en términos de acción. Así, cuando profesamos nuestra fe en Dios Padre, queremos decir, según M. Le Roy, que tenemos que actuar hacia Dios como hijos; pero ni la paternidad de Dios, ni los otros dogmas de fe, como la Trinidad, la Encarnación, la Resurrección de Cristo, etc. implican necesariamente ninguna concepción intelectual objetiva de la paternidad, la Trinidad, la Resurrección, etc., ni transmiten ninguna idea a la mente. Según otros autores, Dios no ha dirigido ninguna revelación a la mente humana. La revelación, dicen, comenzó como una conciencia del bien y del mal; y la evolución o desarrollo de la revelación no fue sino el desarrollo progresivo del sentido religioso hasta que alcanzó su nivel más alto, hasta ahora, en el Estado liberal y democrático moderno. Entonces, según estos escritores, los dogmas de fe, considerados como dogmas, no tienen ningún significado para la mente; no necesitamos creerlos mentalmente; podemos rechazarlos; es suficiente si los empleamos como guías para nuestras acciones. (Véase Modernismo.) En contra de esta doctrina, la Iglesia enseña que Dios ha hecho una revelación a la mente humana. Hay, sin duda, atributos divinos relativos, y algunos de los dogmas de fe pueden expresarse bajo el simbolismo de la acción, pero también transmiten a la mente humana un significado distinto de la acción. La paternidad de Dios puede implicar que debemos actuar hacia Él como los hijos hacia un padre; pero también transmite a la mente concepciones analógicas definidas de nuestro Dios y Creador. Y hay verdades, como la Trinidad, la Resurrección de Cristo, su Ascensión, etc., que son hechos objetivos absolutos, y que podrían creerse aunque se ignoraran sus consecuencias prácticas o se consideraran de poco valor. Los dogmas de la Iglesia, como la existencia de Dios, la Trinidad, la Encarnación, la Resurrección de Cristo, los sacramentos, un juicio futuro, etc. tienen una realidad objetiva y son hechos tan reales y verdaderos como lo es que Augusto fue emperador de los romanos, y que George Washington fue el primer presidente de los Estados Unidos.

Abstrayendo de la definición de la Iglesia, estamos obligados a rendir a Dios el homenaje de nuestro asentimiento a la verdad revelada una vez que estamos satisfechos de que Él ha hablado. Incluso los ateos admiten, hipotéticamente, que si existe un Ser infinito distinto del mundo, debemos rendirle el homenaje de creer en su palabra divina.

De ahí que no sea admisible distinguir las verdades reveladas como fundamentales y no fundamentales en el sentido de que algunas verdades, aunque se sepa que han sido reveladas por Dios, pueden ser legítimamente negadas. Pero aunque debemos creer, al menos implícitamente, toda verdad atestiguada por la palabra de Dios, somos libres de admitir que algunas son en sí mismas más importantes que otras, más necesarias que otras, y que un conocimiento explícito de algunas es necesario mientras que una fe implícita en otras es suficiente.

IV. EL DOGMA Y LA IGLESIA

Las verdades reveladas se convierten formalmente en dogmas cuando son definidas o propuestas por la Iglesia. Existe una considerable hostilidad, en los tiempos modernos, hacia la religión dogmática cuando se la considera como un conjunto de verdades definidas por la Iglesia, y aún más cuando se la considera como definida por el Papa. La teoría del dogma que aquí se expone depende para su aceptación de la doctrina del magisterio infalible de la Iglesia y del pontífice romano. Será suficiente notar los siguientes puntos: (1) la razonabilidad de la definición de los dogmas; (2) la inmutabilidad del dogma; (3) la necesidad para la unidad de la Iglesia de la creencia en el dogma; (4) los inconvenientes que se alegan asociados a la definición del dogma.

En contra de la teoría de la interpretación de la Escritura por el juicio privado, los católicos consideran absolutamente inaceptable la opinión de que Dios reveló un conjunto de verdades al mundo y no designó a ningún maestro oficial de la verdad revelada, a ningún juez autorizado de la controversia; esta opinión es tan irracional como lo sería la noción de que la legislatura civil hace las leyes, y luego encomienda al juicio privado individual el derecho y el deber de interpretar las leyes y decidir las controversias. La Iglesia y el sumo pontífice están dotados por Dios del privilegio de la infalibilidad en el cumplimiento del deber de maestro universal en la esfera de la fe y la moral; de ahí que tengamos un testimonio infalible de que los dogmas definidos y entregados a nosotros por la Iglesia son las verdades contenidas en la revelación divina.

Los dogmas de la Iglesia son inmutables. Los modernistas sostienen que los dogmas religiosos, como tales, no tienen ningún significado intelectual, que no estamos obligados a creerlos mentalmente, que pueden ser todos falsos, que basta con que los utilicemos como guías para la acción; y en consecuencia enseñan que los dogmas no son inmutables, que deben ser cambiados cuando el espíritu de la época se les opone, cuando pierden su valor como reglas para una vida religiosa liberal. Pero en la doctrina católica de que la revelación divina se dirige a la mente humana y expresa una verdad objetiva real, los dogmas son verdades divinas inmutables. Es una verdad inmutable para todos los tiempos que Augusto fue emperador de Roma y George Washington primer presidente de los Estados Unidos. Así, según la creencia católica, son y serán para siempre verdades inmutables: que hay tres Personas en Dios, que Cristo murió por nosotros, que resucitó de entre los muertos, que fundó la Iglesia, que instituyó los sacramentos. Podemos distinguir entre las verdades mismas y el lenguaje en el que se expresan. El significado completo de ciertas verdades reveladas sólo se ha revelado gradualmente; las verdades siempre permanecerán. El lenguaje puede cambiar o recibir un nuevo significado; pero siempre podemos saber qué significado se le daba a determinadas palabras en el pasado.

Estamos obligados a creer en las verdades reveladas, independientemente de su definición por parte de la Iglesia, si estamos convencidos de que Dios las ha revelado. Cuando son propuestas o definidas por la Iglesia, y se convierten así en dogmas, estamos obligados a creerlas para mantener el vínculo de la fe (véase Herejía).

Por último, los católicos no admiten que, como a veces se alega, los dogmas sean creaciones arbitrarias de la autoridad eclesiástica, que se multipliquen a voluntad, que sean artificios para mantener a los ignorantes sometidos, que sean obstáculos para las conversiones. Algunos de estos son puntos de controversia que no pueden ser resueltos sin referirse a cuestiones más fundamentales. Las definiciones dogmáticas serían arbitrarias si no existiera en la Iglesia un magisterio infalible divinamente instituido; pero si, como sostienen los católicos, Dios ha establecido en su Iglesia un magisterio infalible, las definiciones dogmáticas no pueden considerarse arbitrarias. La misma Divina Providencia que preserva a la Iglesia del error, la preservará de la multiplicación desmesurada de dogmas. Ella no puede definir arbitrariamente. Basta observar la vida de la Iglesia o de los pontífices romanos para ver que los dogmas no se multiplican desmesuradamente. Y como las definiciones dogmáticas no son sino la auténtica interpretación y declaración del sentido de la revelación divina, no pueden ser consideradas como artificios para mantener a los ignorantes sometidos, ni como obstáculos razonables para las conversiones; por el contrario, la definición autorizada de la verdad y la condena del error, son poderosos argumentos que conducen a la Iglesia a los que buscan la verdad con ahínco.

V. DOGMA Y RELIGIÓN

A veces se acusa a la Iglesia católica de que, como consecuencia de sus dogmas, la vida religiosa consiste únicamente en creencias especulativas y en formalidades sacramentales externas. Es una acusación extraña, que surge del prejuicio o de la falta de conocimiento de la vida católica. La vida religiosa en los establecimientos conventuales y monásticos no es seguramente una mera formalidad externa. Los ejercicios religiosos externos del laico católico ordinario, como la oración pública, la confesión, la Santa Comunión, etc., suponen un cuidadoso y serio autoexamen y autorregulación internos, así como varios otros actos de religión interna. Basta observar la vida cívica pública de los católicos, sus obras filantrópicas, sus escuelas, hospitales, orfanatos, organizaciones de caridad, para convencerse de que la religión dogmática no degenera en meras formalidades externas. Por el contrario, en los cuerpos cristianos no católicos una decadencia general de la vida cristiana sobrenatural sigue a la disolución de la religión dogmática. Si se suprimiera el sistema dogmático de la Iglesia católica, con su cabeza infalible y autorizada, los diversos sistemas de juicio privado no salvarían al mundo de recaer en los ideales paganos y seguirlos. La creencia dogmática no es el todo y el fin de la vida católica; pero el católico sirve a Dios, honra a la Trinidad, ama a Cristo, obedece a la Iglesia, frecuenta los sacramentos, asiste a la Misa, observa los Mandamientos, porque cree mentalmente en Dios, en la Trinidad, en la Divinidad de Cristo, en la Iglesia, en los sacramentos y en el Sacrificio de la Misa, en el deber de guardar los Mandamientos; y cree en ellos como verdades objetivas inmutables.

VI. EL DOGMA Y LA CIENCIA

Pero, se objeta, el dogma frena la investigación, antagoniza la independencia del pensamiento y hace imposible la teología científica. Esta dificultad puede suponerse por los protestantes o por los incrédulos. La consideraremos desde ambos puntos de vista.

(1) Más allá de la investigación científica y de la libertad de pensamiento, los católicos reconocen la influencia orientadora de las creencias dogmáticas. Pero los protestantes también profesan la adhesión a ciertas grandes verdades dogmáticas que supuestamente impiden la investigación científica y entran en conflicto con los descubrimientos de la ciencia moderna. Las viejas dificultades contra la existencia de Dios o su demostrabilidad, contra el dogma de la Creación, los milagros, el alma humana y la religión sobrenatural, han sido vestidas con un nuevo ropaje y urgidas por una escuela moderna de científicos principalmente a partir de los descubrimientos en geología, paleontología, biología, astronomía, anatomía comparada y fisiología. Pero los protestantes, no menos que los católicos, profesan creer en Dios, en la Creación, en el alma, en la Encarnación, en la posibilidad de los milagros; ellos también sostienen que no puede haber discordia entre las verdaderas conclusiones de la ciencia y los dogmas de la religión cristiana correctamente entendida. Los protestantes, por lo tanto, no pueden quejarse sistemáticamente de que los dogmas católicos impidan la investigación científica. Pero se insiste en que en el sistema católico las creencias no están determinadas por el juicio privado; detrás de los dogmas de la Iglesia está el baluarte vivo de su episcopado. Es cierto que detrás de las creencias dogmáticas los católicos reconocen la autoridad eclesiástica; pero esto no pone más freno a la libertad intelectual; sólo plantea la cuestión de la constitución de la Iglesia. Los católicos no creen que Dios haya revelado un cuerpo de verdades a la humanidad y no haya designado ninguna autoridad viva para desplegar, enseñar, salvaguardar ese cuerpo de verdades divinas, para decidir las controversias; pero la autoridad del episcopado bajo el sumo pontífice para controlar la actividad intelectual es correlativa y surge de su autoridad para enseñar la verdad sobrenatural. La existencia de jueces y magistrados no amplía el alcance de nuestras leyes civiles; son más bien una autoridad viva para interpretar y aplicar las leyes. Del mismo modo, la autoridad episcopal tiene como alcance la verdad de la revelación, y sólo prohíbe lo que es incompatible con el pleno alcance de esa verdad.

(2) Al discutir la cuestión con los incrédulos observamos que la ciencia es «la observación y clasificación, o coordinación, de los hechos o fenómenos individuales de la naturaleza». Ahora bien, un católico es absolutamente libre en la prosecución de la investigación científica según los términos de esta definición. No hay ninguna prohibición o restricción para los católicos en cuanto a la observación y coordinación de los fenómenos de la Naturaleza. Pero algunos científicos no se limitan a la ciencia tal como la definen ellos mismos. Proponen teorías a menudo injustificadas por la observación experimental. Uno mantendrá como una verdad «científica» que no hay Dios, o que su existencia es incognoscible; otro que el mundo no ha sido creado; otro negará en nombre de la «ciencia» la existencia del alma; otro, la posibilidad de una revelación sobrenatural. Seguramente estas negaciones no están justificadas por los métodos científicos. El dogma católico y la autoridad eclesiástica limitan la actividad intelectual sólo en la medida necesaria para salvaguardar las verdades de la revelación. Si los científicos no creyentes aplicaran en su estudio del catolicismo el método científico, que consiste en observar, comparar, hacer hipótesis y, tal vez, formular conclusiones científicas, verían fácilmente que la creencia dogmática no interfiere en modo alguno con la legítima libertad del católico en la investigación científica, el cumplimiento del deber cívico o cualquier otra forma de actividad que contribuya a la verdadera ilustración y al progreso. El servicio prestado por los católicos en todos los departamentos del saber y del quehacer social, es un hecho que ninguna teorización contra el dogma puede dejar de lado. (Ver Fe, Infalibilidad, Revelación, Verdad.)

DANIEL COGHLAN

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