La mayoría de la gente tiende a pensar que Venus es completamente inhabitable, dado que la temperatura de su superficie ronda los 900 grados Fahrenheit (480 grados Celsius), lo que no parece muy atractivo.

Pero hace tiempo que defiendo la idea de que podría existir vida en las gruesas cubiertas de nubes que envuelven el planeta. En mi libro Venus Revealed (Venus revelado), de 1997, señalé que nuestra entonces nueva vista de Venus desde el orbitador de radar Magallanes mostraba que nuestro vecino del sistema solar tenía una superficie geológicamente activa que debía estar interactuando químicamente con las frías nubes de arriba, y posiblemente incluso flujos biogeoquímicos que podrían fomentar y alimentar a los organismos de gran altitud.

No ha sido una opinión popular.

En la década de 1960, el químico atmosférico James Lovelock asesoraba a la NASA en el diseño de instrumentos de detección de vida para Marte. Llegó a la conclusión de que la mejor manera de buscar era simplemente estudiar su atmósfera con espectrómetros y buscar los gases de desequilibrio que debe producir la vida. La NASA le ignoró y envió el multimillonario Viking Lander, que en 1976 consiguió aterrizar en Marte y enviar reveladoras fotografías de la superficie, cruciales mediciones atmosféricas y confusos y ambiguos resultados biológicos que demostraban que es difícil buscar vida sin asumir definiciones muy específicas y un tanto centradas en la Tierra de las cualidades y necesidades de la vida.

Pero la revolución de los exoplanetas ha reavivado el interés por la detección remota de bioseñales, los indicadores reveladores de vida. Esto no supone nada acerca de los metabolismos de los alienígenas, salvo que intercambiarían gases con su entorno y alterarían su estado de entropía, es decir, que estarían vivos de la mejor manera que podemos definir. Una próxima generación de telescopios espaciales debería permitirnos determinar la composición de las atmósferas de muchos exoplanetas.

Se ha trabajado mucho en el estudio de los gases que probablemente sean más característicos de la vida -los candidatos obvios son el oxígeno y el metano- y también en los posibles falsos positivos que podrían engañarnos. Los hilos de metano en Marte pueden considerarse una posible bioseñal, aunque también se han propuesto fuentes geológicas. Otro gas que encabeza la lista es la fosfina, un átomo de fósforo unido a tres hidrógenos. En la Tierra es casi exclusivamente un producto de la biología. También se espera, y se ve, en planetas ricos en hidrógeno como Júpiter, como resultado de procesos químicos inorgánicos, pero en el caso de los planetas rocosos como el nuestro, se ve con frecuencia como un signo seguro de vida.

Ahora Greaves, et al., han informado de la detección de fosfina en el planeta del universo más cercano al nuestro. Sea como fuere, el informe del hallazgo de este gas apestoso, tóxico y quizás biogénico en nuestro vecino Venus hará avanzar la ciencia de la detección de bioseñales atmosféricas. Si no es realmente fosfina, aprenderemos algo sobre la dificultad de este tipo de observaciones y la necesidad de proceder con precaución. Si la fosfina existe realmente en Venus en la cantidad señalada (concentraciones de hasta 20 partes por billón), aprenderemos algo más profundo. Los químicos más astutos tratarán ahora de encontrar fuentes alternativas, no biológicas, que produzcan fosfina en cantidades suficientes. Si lo consiguen, aprenderemos algo nuevo, quizá importante, sobre Venus y otros planetas. Y aprendemos sobre las limitaciones del uso de las bioseñales atmosféricas para inferir la vida.

Si fracasan, no da pruebas de la existencia de vida, pero aumenta nuestra ya elevada motivación para ir a Venus y estudiar su atmósfera in situ con instrumentos del siglo XXI (la última sonda de entrada que lanzó Estados Unidos fue en 1978).

Quizás haya realmente criaturas habitando las nubes. Confirmarlo sería, sin duda, uno de los descubrimientos más profundamente transformadores jamás realizados. ¿Qué otra cosa podría revelar instantáneamente tanto sobre la naturaleza de la vida, del universo y de todo?

Estos son los primeros días en que vivimos con este anuncio, y las posibilidades están muy abiertas. Podría ser una falsa alarma, pero es una alarma. A medida que la humanidad sigue buscando compañía, ya sea en el planeta de al lado o en planetas fuera de las estrellas, la cuestión de las bioseñales atmosféricas no va a desaparecer. Y con Venus, a diferencia de lo que ocurre con los exoplanetas que están a decenas, cientos o miles de años luz, podemos buscar un contexto. Podemos ir a echar un vistazo con un viaje que dura meses en lugar de siglos.

Como escribió el poeta e e cummings: «escuchen: hay un infierno de un buen universo en la puerta de al lado; vamos.»

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